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Un claro ejemplo es la cantidad de pasos necesarios para conectarnos a una red wifi desde un determinado sistema, o el tiempo que necesitamos emplear en rellenar un formulario para comprar una camiseta en una tienda de comercio electrónico. Es terriblemente sencillo conectarse a una red wifi desde un Mac y resulta sorprendente la cantidad pasos añadidos que tenemos que dar desde un equipo con Windows XP. El sitio web de e-commerce con el diseño más atractivo del mundo será un rotundo fracaso si obligamos al usuario a rellenar interminables formularios o a que vuelva a introducir todos los datos cuando al enviar un formulario se detecte un campo incorrecto. La tendencia actual hacia diseños minimalistas encierra una búsqueda de sencillez que permita acercar los productos al mayor número posible de consumidores.
La curva de aprendizaje, un aspecto clave…
Pero no todo queda ahí, algunos programas complejísimos permiten hacer cosas increíbles de una manera muy sencilla. Entra en juego aquí otra dimensión dentro de la facilidad de uso de un software y es la cantidad de esfuerzo necesaria para aprender a manejarlo.
Programas potentes de diseño gráfico como Photoshop, 3D Max o Blender, permiten realizar complejas operaciones de modelado o retoque de imágenes en pocos segundos. Para esto necesitamos conocer algunos de los cientos de atajos de teclado y trucos que nos permiten acceder de manera rápida a algunas de sus miles de funciones. En resumidas cuentas su manejo es sencillo, pero es necesario invertir una gran cantidad de tiempo en aprender a usarlo.
Algunas de las aplicaciones más extendidas como Facebook o Twitter son realmente sencillas de usar y aunque nos permiten realizar un número muy limitado de operaciones, no es necesario invertir mucho tiempo en aprender a manejarlas. En este sentido las aplicaciones web han supuesto un gran avance, ya que partiendo de algunos elementos comunes como textos, enlaces, botones y formularios, con una respuesta interactiva idéntica pueden construirse millones de aplicaciones. Al compartir todas las aplicaciones los mismos elementos básicos, la curva de aprendizaje se reduce. Este es sin duda uno de los secretos del éxito de la tecnología web.
Una interfaz gráfica y sencilla
Independientemente de la cantidad de opciones que nos ofrezca la aplicación, la interacción con ella puede ser mucho más sencilla, dependiendo del diseño de su interfaz gráfica. El uso distinto de colores, imágenes, volúmenes y formas así como distribución y solapado de los elementos hacen que una misma aplicación ofrezca una experiencia totalmente distinta de uso.
Existen algunas reglas básicas para mejorar, la primera es eliminar todos los elementos sobrantes y ocultar los obvios. Los menús desplegables son un gran ejemplo de este paradigma. Se nos expone una lista, al pasar sobre un elemento aparece otra lista y así sucesivamente. Si todos los elementos se mostrarán de golpe en la pantalla nos perderíamos entre tanta opción. Esto nos lleva a la segunda regla, la de la organización, todos los elementos han de estar estructurados conforme a una lógica que sea lo más evidente y que se corresponda con el sistema representado.
El software empresarial a la zaga en este aspecto
El diseño de las interfaces de software para empresas suele ser bastante más pobre que el de las aplicaciones de usuario. Hoy en día cientos de miles de empresas en países desarrollados y emergentes siguen trabajado con aplicaciones de pantallas con letras verdes sobre fondo negro. Mientras la calle está inundada de dispositivos como el iPad o los móviles con sistemas Android que ofrecen una experiencia intuitiva al ciudadano de a pie, en las empresas e instituciones públicas abundan los programas tipo “MS-Dos” con aspecto anodino y aburrido.
La razón de este atraso suele derivar de la necesidad de amortizar la inversión en los sistemas existentes. Se entiende que el diseño funcional y la sencillez de uso son caprichos estéticos que no tienen cabida en el racional mundo de la empresa, y esto es un profundo error. Hoy en día gran parte de nuestro trabajo consiste en interactuar con sistemas informáticos y cuanto más sencillo sea su uso más productivo será nuestro trabajo. Invertir en sencillez es muy rentable.